Hay algo especial en la vida en un pequeño (muy, muy pequeño) pueblo rural de Estados Unidos. Ver a los niños jugar al béisbol en un parque con dos diamantes, detrás de uno de ellos elevadores de granos y del otro solo campo abierto hasta donde alcanza la vista. O despertar y solo oír el canto de los pájaros. Ni sirenas, ni coches, ni aviones. El ruido más estridente es el de un ternero hambriento.